Varias veces por semana, diversas permutaciones de leyendas se reunían a grabar discos legendarios en el living de una casa en los suburbios de NJ.
Un living oscuro lleno de humo y con el piso cubierto de cables hacia una improvisada sala de control en donde el dueño de casa, extasiado, no soltaba las perillas de sus misteriosos equipos a tubo.